NO CABEN
Por Antonio Sánchez | @toni.sanchef
Ha llegado el ocaso del proceso de carroña favorito de este país. Entre demasiadas lonas y muy pocos rostros nuevos, las narrativas oficialistas convocan a una nueva “cita con la historia”. La práctica neocolonial más romantizada de la que se tenga registro está una vez más aquí, el proceso electoral, cada vez más idealizado, cada vez más débil, cada vez más ineficiente.
Con él, parecen volver los fantasmas más añejos del último siglo: la desesperanza, la cooptación y el olvido. Síntomas de un Estado claramente fallido, que hace necesario y urgente, desde hace un par de décadas, replantear la ruta que discursos y prácticas nacionalistas han enarbolado. ¿Se han construido puentes hacía realidades más plurales y justas? ¿O nos tiene una vez más arrinconados hacia el precipicio de las mismas historias, los mismos despojos, las mismas burlas?
Hoy, es indispensable plantearnos si los procesos electorales son una herramienta suficiente y eficiente que el Estado Nación otorga a la ciudadanía o si son el mecanismo de legitimación que necesita para seguir perpetrando la normalización del odio, la violencia, la indiferencia y su lógica perversa.
El sistema partidario – electoral y su apuesta por el fortalecimiento de instituciones no se ha cansado de generar en decenas de cientistas sociales, activistas de la inmediatez, juventudes con nuevos anhelos, pero con las mismas prácticas, en donde impera la idea de que el único mecanismo legitimo para incidir en la vida pública es el voto. El nacionalismo hoy señala con el dedo flamígero de la moralidad a aquellos que decidimos no ser parte de la dinámica que ha perpetrado la dictadura del terror mediante el discurso de participación.
Hoy, el debate, lejos de hacer ejercicios de introspección de las clases gobernantes, parece centrarse en por qué la responsabilidad de los bajos índices de participación y de cultura política son culpa del grueso de la población, ergo, los pésimos resultados, probados y comprobados, en distinto color y forma, parecen ser culpa de una sociedad apática e indiferente. Una sociedad que es incapaz de estar a la altura de la demanda histórica que cada seis años se nos presenta como una oportunidad irrepetible de transformar la historia de nuestros territorios.
Los spots en lenguas originarias, diputados migrantes, escaños obligatorios para mujeres, jóvenes, indígenas, disidentes sexuales y 14 millones de pesos parecen ser suficientes para querer despojarnos de nuestra memoria y conciencia colectiva.
14 millones de pesos parecen ser el precio para que los más tibios y defensores de la violenta pasividad en la que vivimos se rasguen las vestiduras y llamen al voto para que ese presupuesto no se desperdicie. ¡14 millones de pesos parecen ser suficientes para resarcir a lxs presxs, lxs desaparecidxs y lxs muertxs de la democracia!
La responsabilidad cívica hacia un patriotismo falaz que busca homogenizar las miles de identidades y realidades que habitan este territorio, hoy nos llama de la manera más ardua a salir y abarrotar las casillas este 2 de junio, sin preguntarnos, tan solo por unos momentos:
¿Dónde se deposita la boleta de un mundo agonizante?
¿En qué padrón electoral encontraremos a los desaparecidos de la lista de desaparecidos del gobierno de MORENA?
¿Cuántos de los ausentes de Ayotzinapa y Nochixtlán caben y en cuántas urnas?
¿En qué conteo de votos aparecerán los hijos de las madres buscadoras que han sacudido a este país?
¿En qué aspiración a un cargo, un puesto o candidatura presidencial caben las mujeres agredidas, desaparecidas, violadas, tratadas y asesinadas por todo el espectro?
¿Son naranjas, guindas o azules los muros que tendrán que saltar los cientos de niñas, mujeres y hombres migrantes que tengan la suerte de no morir en un tráiler o quemados en una oficina gubernamental?
¿En dónde está instalada la casilla especial para expresar la indignación, impotencia y rabia por los asesinatos de Salvador Olmos y Eugui Roy?
¿En qué urna encontraremos a Irma Galindo?
¿En qué encuesta se vislumbran los nulos procesos de consulta a las comunidades que han salvaguardado el territorio desde los tiempos de Juárez? ¿Por quienes votan los ríos secos, los árboles talados y los miles de hectáreas consumidas por el fuego los últimos años?
¿En qué proceso electoral encontraremos a jóvenes con la bandera LGBTIQ+, autoproclamados activistas, artistas y defensores de todas las causas que puedan ser nombradas en este maldito país, que no se vendan al peor postor?
Seducidos desde siempre por el poder, pero cuyas nulas capacidades y talentos los obligan en un primer momento a posicionarse en favor de luchas colectivas esperando la menor oportunidad para salvaguardar sus intereses personales bajo la ya muy vieja falacia de querer cambiar al sistema desde adentro.
Desde jóvenes cuyo único talento es firmar agendas inútiles en tiempos electorales, hasta las mentes más brillantes de todas las generaciones, el poder se ha encargado de transformarlos en burócratas de la indiferencia y mercaderes del conformismo.
Finalmente, ¿Dónde está la dignidad y rebeldía de la que tanto hablan en sus discursos las asociaciones civiles, colectivos y personalidades incapaces de entender lo político y la política fuera del Estado y sin proceso electoral?
Y si, no caben en sus pequeñas y limitadas lecturas la posibilidad de un nosotros sin el Estado, un nosotros sin legitimar el sistema de opresión más caro de América Latina. No caben nuestros modos de vida, nuestros sueños, nuestras muertas, nuestros desaparecidos. No caben la impotencia, la rabia y la desesperanza. No caben, aunque la coyuntura histórica, la patria, el pueblo o cualquier concepto que sea víctima de la carroña electoral lo demande. ¡No caben, simplemente, no caben!
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