Entre puristas y esquiroles: otro triunfo del colonialismo
Por Antonio Sánchez | @toni.sanchef
Militante de que otros mundos son posibles, simpatizante del punk y del anarquismo.
Hace un par de semanas escuché que le preguntaban a la miahuateca Mónica del Carmen, actriz ganadora de tres premios Ariel, si aparecer en revistas como Vogue o en las listas del Times no desarticulaban y desmeritaban el trabajo de lucha contrahegemónica y colonial.
Aunque sorprendente, a los días la pregunta se volvió a escuchar por ahí, esta vez vestida de otra manera, en un encuentro de periodistas en el IAGO en donde presentaron un ambicioso proyecto que documentará la oralidad de las lenguas. En este evento, alguien más señaló que a cuantas conciencias de Polanco y Reforma se agitarán con dicho proyecto si pensamos en los canales tradicionales que se utilizan para difundirlo.
Ya un poco más tarde escuché que ¿para qué hacemos un documental que hablé de la gentrificación? ¿para que aliente la conversación entre los 8 extranjeros que puedan debatirlo en algún festival pretencioso de cine?
Por ahí, entre alguna de esas preguntas una respuesta curiosa y contradictoria parecía asomarse:
¡Claro, enarbolaron discursos de luchas que han sido de todxs y ahora van de luciditos, incapaces de entender las luchas colectivas!
Pero ¿quién ha dictado el manual que nos permita generar un registro de nuestra cotidianidad y que además salga avante entre puristas y esquiroles?
Pensadoras como Yásnaya Aguilar o Aura Cumes han señalado que el capital, el patriarcado y el colonialismo son distintas caras de un mismo monstruo, pero ¿quién o qué es este monstruo? La historia oficialista.
En esta eterna búsqueda de horizontes de sentido, entender que las epistemologías de dominio de las que hablan Yásnaya y Aura son las mismas que le han dado identidad a los Estados latinoamericanos, desnuda una realidad que parece responder a distintas frases que retumban por ahí: “la historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres, la historia la escriben los ganadores”, en ello, convergen, además de haber sido escritas por hombres blancos, la necesidad urgente de reducir amplios procesos históricos y sociales a la medida exacta para que quepan en los hombros de algún gigante.
Hoy que Oaxaca está de moda, parece también estarlo la necesidad de someter cada una de las protestas, expresiones y luchas a un termómetro de legitimidad, “que si luchan ¿por qué luchan?”,” ¿por qué hasta ahora?”, “si esas no son las formas”, “a nosotros también nos afecta y no nos quejamos”, “está luchando y tomándose fotos, seguro quiere hueso”, “no pueden chambear sin querer figurar”, pero, ¿qué culpa tienen mis paisanxs? es algo de lo que pecaron el mismo Juárez y Díaz, los primeros indígenas acusados de aspiracionistas, creo también que es parte del fetichismo del oaxaqueño con aparecer en la historia, pero ¿en la historia de quién?
Juan Carlos Rulfo en su multipremiado documental “El hoyo” juega con los sentimientos del espectador cuando nos cuenta una historia que, como rola del haragán, se ha vuelto leyenda urbana porque, aunque lo neguemos, casi todos la hemos escuchado alguna vez: la historia de un alma desafortunada que será sacrificada entre la mezcla de alguna gran construcción, “pa´ que aguante”, algún oaxaqueño sin familia que nadie va a reclamar y así, entre la mezcla se va junto con su anonimato.
También hay otra historia, la de bronce, la de héroes y villanos, la de vencedores y vencidos, esa que encanta de poner nombres y apellidos a luchas colectivas, esa que ve inconcebible la historia construida por los sin nombre, por los desheredados y los dueños de la miseria, esa historia en donde muchas banderas de los caídos han sido recogidos por sus propios vencedores, la historia redactada en una sola lengua que retrata una única visión, “la del largo andar hacia el progreso” ¿Quién diablos decidió eso? ¿Vasconcelos?
Estas dos historias tratan de contar un mismo relato desde distintas lógicas, la colonial y la colectiva, la primera que busca y gusta de vanagloriar a los burgueses con consciencia de clase, esos que son los únicos capaces de legitimar un movimiento, algo así como Madero y la revolución; la otra lógica, la colectiva, intenta entre gritos de silencio, no olvidar a los asesinados de Cananea y Rio Blanco que llevaron al poder a Madero.
¿Entonces salir en Vogue, en El País o en el Times es una traición a las luchas colectivas? Lo es, cuando alguien desde su clasismo y racismo señala con el dedo flamígero a las actrices en alguna pasarela de modas pero que se inmuta ante los plagios de Isabel Marant o Muravy, lo es, cuando la morra más radical del bloque negro recibe la misma critica que la que decidió posar en Vogue: “esas no son las formas”.
Hoy se hace necesario comprender que sepultar a aquellos que desde sus espacios tratan de interpretar un poco de su realidad, en héroes o villanos, en esquiroles o puristas es, otro triunfo del colonialismo.
Claro que exigimos dos pesos de congruencia, pero ya no se la pedimos a la diputada indígena que ahogada en soberbia dice que hoy nadie es victima por ser indígena, al exgobernador que transformó a la ciudad de la resistencia en la ciudad más bella del mundo, a las páginas de memes que convocan a marchas y cuando las cosas se salen de control muestran que tienen mucho de mestizos, al servicio de los blancos, pero nada de radicales.
Hoy además de enfrentarnos a una condena sistemática que desde su concepción niega la existencia de otras lenguas y otros mundos, purgamos una doble condena, en donde nos limitamos a morir como héroes o esquiroles o somos sepultados por el concreto de la indiferencia, como aquel oaxaqueño enterrado entre cemento y el olvido del que habla Carlos Rulfo.
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